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martes, 17 de mayo de 2011

Arte de trinchera

El pasado domingo asistí a un pase de videoarte en un conocido centro de cultura barcelonés y me quedé con la sensación de que, excluyendo un par de piezas interesantes en las que el mensaje golpea como un bofetón a nuestras retinas, la mayoría era pura estética, un ejercicio de virtuosismo fílmico con muchas vergas en colores llamativos, eso sí, pero totalmente vacío. El paraguas que albergaba el programa era la creación de universos fílmicos perturbadores, aunque a la mayor parte del auditorio – cuatro de cinco que éramos, sin contar programadores – no nos perturbó ni el sueño o estaba, como el amor, en otra parte, porque en la tanda de preguntas hubo más silencio que en una pieza de John Cage. Nada qué decir, porque nada fue dicho antes.

Si este fuera un incidente aislado no merecería atención, pero es cada vez más frecuente que el arte, enfermo de mercantilización y notoriedad, sea puro eco en pozo vacío, por mucho que los románticos del nonsense, aquellos que dicen que crean para sí mismos, defiendan el arte por el arte – aun cuando quieren ser vistos y también comprados, que es igual a ser queridos -. Han olvidado, o tal vez nunca lo han sabido, que un artista que trabaja sobre los grandes problemas que nos atañen a todos es una suerte de revulsivo social, hace cambiar consciencia, ayuda al avance.

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